lunes, 22 de junio de 2009

Pueblos abandonados VII. Noche cerrada en Umbralejo.

En toda población que se precie suele haber presencias (llamémosles fantasmas, almas en pena, espíritus,...).
En Umbralejo, a pesar de estar deshabitado, no podía ser menos y, una noche sombría en la que solo se oía el rumor del viento por las calles desiertas, Montse nos contó la historia de Ceferino.
Para todos los que no habéis estado en Umbralejo, aquí os dejo esta transcripción del relato, encontrada en wikipedia, que es prácticamente la misma que oímos de sus labios:

"Os voy a contar una historia completamente real sobre un hombre que vivió aquí en Umbralejo hace... no sé, unos cincuenta años. Murió en 1943 o 1944, no lo sé exactamente. Bueno, este hombre; Feliciano Ablanador era asturiano, del norte de Asturias, casi lindando con Cantabria. Feliciano emigró desde su tierra y se vino a este pueblo, Umbralejo. Nadie sabe porque eligió este pueblo Feliciano pues en aquella época Umbralejo era un pueblo escondido en un pinar le da Sierra de Ayllón. No era un pueblo famoso que se conociese fuera de Guadalajara, como ni siquiera lo es ahora. Además, Feliciano no tenía familia en el pueblo, ni tampoco en ningún pueblo de alrededor, como puede ser Valverde o Zarzuelilla. Era cuanto menos extraño.
Feliciano era un hombre a los que en aquella época se llamaba pudientes. Era el hombre que más dinero tenía en el pueblo. Su casa era la más grande y la más lujosa. Era un hombre arisco y en el pueblo no le tenían demasiado aprecio. Siempre vestía con un traje de época. Con pantalones grises, viejos y rancios de trabajar en el huerto que tenía a las afueras del pueblo y que usaba como entretenimiento en la primavera. Al contrario que los demás lugareños que llevaban una boina y un chaleco, él siempre llevaba un sombrero abombado que en su tiempo debió ser de color negro, pero que con el desgaste de los años ahora era más bien grisáceo. Vestía también una camisa a cuadros y una chaqueta gris para el frío. Tenía siempre una medio barba canosa, no muy larga, la cual le daba un aspecto más autoritario.

Feliciano se juntó a los cuarenta y cinco años con una moza del pueblo que tenía unos treinta. Para aquella época esas eran unas edades ya muy tardías, pero el cura del pueblo no puso impedimentos para casarlos.
El día del casamiento, todo el pueblo estaba de fiesta. Normalmente cuando en un pueblo se casaba alguien, hacían una fiesta que duraba tres días y era entonces, tras la boda, cuando los novios tenían derecho de Dios para consumar el matrimonio.


A pesar de que aquella mañana se sentía muy mal, Feliciano contrajo matrimonio con aquella moza en la iglesia del pueblo, y aquella misma tarde, Feliciano cayó en cama y falleció. Según reza en sus papeles de defunción, que los tenemos nosotros aquí en el pueblo, falleció de una bronconeumonía, que era una enfermedad bastante común en aquella época en regiones mineras como es en la que se encuentra Umbralejo. Lo más extraño de todo es que dejó como única heredera de toda su fortuna a su mujer, la cual tras el fallecimiento de Feliciano abandonó el pueblo.
Feliciano murió sin consumar el matrimonio y ahora se dice que Feliciano vaga por el pueblo.

No es un fantasma maligno, solo se divierte encendiendo y apagando luces y abriendo y cerrando alguna puerta que otra. Si alguna vez os pasa algo de esto en el pueblo, no os preocupéis que no os va a suceder nada malo. Solo es Feliciano que tiene ganas de jugar con vosotros.
Bueno gente, ¿qué os ha parecido la historia? Si alguien no se la cree podemos enseñarle los papeles que encontramos de Feliciano en el pueblo -dice Montse- De la mujer de Feliciano no hemos encontrado ningún papel, no se sabe nada de su familia ni de su apellido, en la ficha solo pone Carmela Ablanador, mujer de Feliciano Ablanador. Supongo que estarán escondidos en algún lugar del pueblo".


Como comprenderéis, la fotografía no es de Feliciano y Carmela Ablanador. De hecho, ni siquiera se corresponde con la época del relato: se trata de un retrato de gabinete de una pareja de finales del s. XIX.

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